Entre penumbras y sometido...

Fe
Entre penumbras y sometido por mis tímidos pasos, aquella noche decidí salir a dar un breve paseo a las orillas de la autopista que se encuentra cerca de mi pueblito ubicado en las afueras de la ciudad. Un lugar en donde el tiempo es impredecible al igual que sus habitantes: no sabes si te abrirán los brazos o te abrirán la cabeza ¿Por qué me atreví a hacerlo, ni idea ¿Por qué comencé a hacerlo?, en verdad...quisiera...pero no tengo idea. Dicen que la noche, aquella ingrata cortina negra ajena de luz, es el perfecto lugar para los desalmados y para los infelices, para los honestos y para los aprendices...sí, para los honestos, en consecuencia infelices, se rompe y se corrompe con el silencio de las aves y con los aullidos de la luna llena cuando se entremeten en el corazón humano. Para aquellos que disfrutan levantar monumentos a sus pecados...sí...monumentos a sus pecados, os digo que la noche representa un bello consuelo, os invito a disfrutar del monumento a sus pecados. Avancé por una vereda, una paradójica, convexa y resquebrajada vereda, iluminada por el tiempo, dibujada por el viento, por aquellos vientos que arrastran el polvo...nuestro polvo, a nosotros como polvo. Caminé, y justo al momento de llegar a la parte de la carretera que se encuentra justo al lado del río observé a una pequeña de piel pálida caminando por delante de mí. Su cuerpo carecía de felicidad y sus manos sangraban sin contemplación alguna de las venas de sus extremidades. Desde el corazón obscuro de aquel tramo de autopista se escuchaba el incesante aullido de los perros entre mezclado con el llanto de los cielos. El tiempo avanzaba con la misma velocidad de mis pasos persiguiendo a esa mujercita vestida de negro. De repente, un automóvil se detuvo aproximadamente a unos cincuenta metros de aquella criatura. Yo me sentía aterrorizado con la idea de saber cuál sería el destino del dueño del auto si es que aquella fantasmal pequeña alcanzaba al pobre hombre del coche, infierno seguro. Pero, algo ocurrió de repente: cuando la niña estaba a punto de alcanzar el automóvil pasó una patrulla iluminando el sendero con sus sirenas, lo que sirvió como aviso para que el hombre pisara el acelerador de su unidad, y así desaparecer entre la maleza diurna junto con la pequeña. Qué extraño, ¿los fantasmas temerán a la “ley”?, al menos en esta dimensión se puede decir que la ley está muerta en vida. Aun así sentía una extraña sensación de saber quién era esa chiquilla. Avancé tras ella motivado por la misma curiosidad que mató al gato. En ese instante, y sin avisar, aquella figurita femenina se detuvo súbitamente junto con mi respiración. En ese instante, debajo de aquel puente quebrado por el frío, la pequeña se volteó hacia mí y me percaté que no era un fantasma, sino más bien una maltratada prostituta menor de edad rolando turno...en ese instante...


“En serio ¿por qué nos sigue preocupando tanto el infierno?”

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